Tomo II: Ninguna mano impía, 1846–1893

Publicado por La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días

El estandarte de la verdad se ha izado. Ninguna mano impía puede detener el progreso de la obra: las persecuciones se encarnizarán, el populacho podrá conspirar, los ejércitos podrán congregarse y la calumnia podrá difamar; mas la verdad de Dios seguirá adelante valerosa, noble e independiente hasta que haya penetrado en todo continente, visitado toda región, abarcado todo país y resonado en todo oído; hasta que se cumplan los propósitos de Dios y el gran Jehová diga que la obra está concluida. —José Smith, 1842

Parte 1: Levántate y ve

Octubre de 1845–agosto de 1852

Una gran hueste de Jacob
acampa en el poniente
del noble río Mississippi,
ha cruzado su torrente;
en los albores del invierno,
en heladas y nevadas, mas con fe:
¡Oye el clarín que a avanzar llama!
Campamento de Israel, ¡levántate y ve!

(Eliza R. Snow, “Canción del Campamento de Israel”)

Capítulo 1: Organícese una compañía

“Deseo hablar de los muertos”.

Miles de Santos de los Últimos Días guardaron silencio cuando se escuchó la voz de Lucy Mack Smith en el gran salón de asambleas del primer piso del Templo de Nauvoo, cuya construcción estaba a punto de concluirse.

Era la mañana del 8 de octubre de 1845, el tercer y último día de la conferencia de otoño de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Sabiendo que ya no tendría muchas más oportunidades de dirigirse a los santos, especialmente ahora que planeaban dejar Nauvoo en busca de un nuevo hogar en el oeste, Lucy habló con un poder muy superior a lo que su envejecido cuerpo de setenta años le permitía.

“El pasado 22 de septiembre hizo dieciocho años que José sacó las planchas de la tierra”, testificó, “y el lunes pasado hizo dieciocho años desde que José Smith, el profeta del Señor…”1.

Hizo una pausa al recordar a José, su hijo que había sido martirizado. Los santos presentes en la sala ya sabían que un ángel del Señor lo había guiado hasta donde estaban enterradas las planchas de oro en un cerro llamado Cumorah. También sabían que José había traducido las planchas por el don y el poder de Dios y había publicado el registro como el Libro de Mormón. Sin embargo, ¿cuántos de los santos allí reunidos lo habían conocido realmente?

Lucy aún recordaba cuando José, quien por entonces tenía tan solo veintiún años, le dijo que Dios le había confiado las planchas. Había estado ansiosa toda la mañana, temiendo que él regresara del cerro con las manos vacías, como había ocurrido los cuatro años anteriores. Mas cuando él llegó, se apresuró a tranquilizarla. “No estés preocupada”, le había dicho. “Todo está bien”. Le entregó los intérpretes que el Señor había provisto para la traducción de las planchas envueltos en un pañuelo como prueba de que sí había logrado obtener el registro.

En aquel entonces había solo un puñado de creyentes, la mayoría de los cuales eran miembros de la familia Smith. Ahora, más de once mil santos provenientes de Norteamérica y Europa vivían en Nauvoo, Illinois, el lugar de recogimiento de la Iglesia en los últimos seis años. Algunos de ellos eran nuevos en la Iglesia y no habían tenido la oportunidad de conocer a José o a su hermano Hyrum antes de que un populacho les disparara y asesinara en junio de 18442. Esa era la razón por la que Lucy quería hablarles de los muertos. Antes de que los santos partieran, ella deseaba testificar del llamamiento profético de José y de la función que desempeñó su familia en la restauración del Evangelio.

Turbas de justicieros llevaban más de un mes incendiando las viviendas y los negocios de los santos en los asentamientos cercanos. Temiendo por sus vidas, muchas familias habían huido en busca de la relativa seguridad de Nauvoo. Sin embargo, a medida que las semanas pasaban, los populachos seguían creciendo en número y en organización, y pronto se produjeron escaramuzas armadas entre ellos y los santos. Mientras tanto, ni el gobierno nacional ni el del estado hacían nada para proteger los derechos de los santos3.

Creyendo que era solo cuestión de tiempo hasta que los populachos atacaran Nauvoo, los líderes de la Iglesia habían negociado una frágil paz acordando la evacuación de los santos del condado para la primavera4.

Guiados por revelación divina, Brigham Young y los demás miembros del Cuórum de los Doce Apóstoles planeaban llevar a los santos a más de 1600 km al oeste, más allá de las montañas Rocosas y de la frontera de Estados Unidos. Los Doce, actuando como cuórum presidente de la Iglesia, habían anunciado la decisión a los santos el primer día de la conferencia de otoño.

“El designio del Señor es conducirnos a un campo de acción más amplio”, declaró el apóstol Parley Pratt, “donde podamos disfrutar de los principios puros de la libertad y la igualdad de derechos”5.

Lucy sabía que los santos la ayudarían a hacer el viaje, si ella decidía irse. En las revelaciones se había mandado a los santos que se congregaran en un lugar y los Doce estaban decididos a cumplir con la voluntad del Señor. Mas Lucy era de edad avanzada y no creía que fuera a vivir mucho más. Cuando muriera, deseaba que la enterraran en Nauvoo, cerca de José, Hyrum y otros miembros de la familia que habían fallecido, como su esposo, Joseph Smith…

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